"Tu casa a la hora del sunset es como para venir y no hablar con nadie", dijo mirando hacia la calle. Ella sonrió en respuesta. Él sólo sonrió.
Cuatro pisos abajo la gente caminaba paseando su alegría con el mar de fondo. De fondo y horizonte.
Algunos globos de colores luchaban por escapar mientras un perro citadino saltaba como si hubiese visto mar por primera vez.
El aire parecía retomar prestigio. Su abrazo de brisa se sentía cercano.
El pasto parecía más verde. Y al fondo tras el horizonte mar, el sol poniente. Naranja fundido, casi rojo. Más rojo que verde.
miércoles, febrero 07, 2007
martes, febrero 06, 2007
Los mirones de mi sala
Hay días en los que su presencia no me desespera. Siempre están tan callados (a excepción de tres de ellos que hablan cuando les doy la mano). Quién sabe si se quedan conmigo por compromiso o por si les hago falta. Lo cierto es que siempre están rodeándome por las noches como banda de ladronzuelos primerizos. No saben qué hacer cuando volteo a verlos: pareciera que tiemblan (aunque no lo he confirmado). Es ahí cuando bajan la mirada. Siempre.
Esta noche les quiero hablar; tengo ganas de conocer sus historias personales. A muchos me parece haberlos visto antes en otro lado y eso me compromete más. A pesar de no saber cómo se comportan cuando están solos, se que conmigo al lado siempre respetan la distancia con esa amabilidad incierta que te da el silencio de una persona concentrada en lo suyo. Pero sin molestar lo tuyo.
Mi mamá me dijo una vez "Hijo, esto se puede solucionar de dos formas: con un cura o con un psicoterapeuta". No se qué piense al respecto blog-leyente, pero estoy siendo transparente y prefiero presentarlos como los veo. Créanme que así los veo todas las noches.
El del medio es verde, moteado, bajo y regordete. Además de piel brillosa. Tiene más de dos antenas que salen desde su boca siempre abierta (sí, desde su boca). Siempre está rodeado de los plateados de boquita redonda.
A los plateados decidí llamarlos "La banda" porque siempre se aglomeran con los suyos. A pesar de vestirse de diferentes colores, casi siempre usan sobretodos que abren a brazo extendido con muchas ganas.
Las tres parejas de gemelos siempre quieren sentarse en los sofás. No parecen haber hecho mucho deporte; son blandos y comodones. Quién sabe si son familia. Lo dudo, pero tienen algunas cosas en común. La piel azul-púrpura de dos de ellos contrasta con el blanco de los sillones. Otros dos tienen manchas circulares en todo el cuerpo y aunque no parecen enfermos nunca los veo salir de ese baúl siempre entreabierto. Los otros dos son de África y nunca reclaman nada ni con un gesto.
El gordito blanquiñoso parece bañarse en flores de vainilla. Lo raro son sus tres canas blancas sobre la cabeza. Es lampiño y siempre usa zapatos azúl esmeralda. Lo ví mucho tiempo sentado con el regordete verde, pero ahora ya no es más así (me gustaría que me cuenten por qué).
Sobre el de pelo largo y los menos callados prefiero no escribir hoy. Parece que han captado lo que estoy haciendo y muy cómodos no se les ve.
Espero encontrar el momento oportuno para tomarles una foto. Lo prometo.
Esta noche les quiero hablar; tengo ganas de conocer sus historias personales. A muchos me parece haberlos visto antes en otro lado y eso me compromete más. A pesar de no saber cómo se comportan cuando están solos, se que conmigo al lado siempre respetan la distancia con esa amabilidad incierta que te da el silencio de una persona concentrada en lo suyo. Pero sin molestar lo tuyo.
Mi mamá me dijo una vez "Hijo, esto se puede solucionar de dos formas: con un cura o con un psicoterapeuta". No se qué piense al respecto blog-leyente, pero estoy siendo transparente y prefiero presentarlos como los veo. Créanme que así los veo todas las noches.
El del medio es verde, moteado, bajo y regordete. Además de piel brillosa. Tiene más de dos antenas que salen desde su boca siempre abierta (sí, desde su boca). Siempre está rodeado de los plateados de boquita redonda.
A los plateados decidí llamarlos "La banda" porque siempre se aglomeran con los suyos. A pesar de vestirse de diferentes colores, casi siempre usan sobretodos que abren a brazo extendido con muchas ganas.
Las tres parejas de gemelos siempre quieren sentarse en los sofás. No parecen haber hecho mucho deporte; son blandos y comodones. Quién sabe si son familia. Lo dudo, pero tienen algunas cosas en común. La piel azul-púrpura de dos de ellos contrasta con el blanco de los sillones. Otros dos tienen manchas circulares en todo el cuerpo y aunque no parecen enfermos nunca los veo salir de ese baúl siempre entreabierto. Los otros dos son de África y nunca reclaman nada ni con un gesto.
El gordito blanquiñoso parece bañarse en flores de vainilla. Lo raro son sus tres canas blancas sobre la cabeza. Es lampiño y siempre usa zapatos azúl esmeralda. Lo ví mucho tiempo sentado con el regordete verde, pero ahora ya no es más así (me gustaría que me cuenten por qué).
Sobre el de pelo largo y los menos callados prefiero no escribir hoy. Parece que han captado lo que estoy haciendo y muy cómodos no se les ve.
Espero encontrar el momento oportuno para tomarles una foto. Lo prometo.
¿Y si aprendo a volar?
lunes, febrero 05, 2007
Hasta la luna
Giró sobre él como si fuesen parte del mismo cuerpo. Amarrados como con una cadena.
-Contigo me voy hasta la Luna -susurró ella y siguió en lo mismo.
No dejó de abrazarla para sentir el latido de su corazón sobre el suyo. Era el único movimiento: un bombeo al unísono. Pensó en la Luna sin sentirse tonto; por un instante quiso sentir sus pies hundiéndose sobre la arena lunar con ella de la mano. Un sobresalto de cabeza. Sintió nuevamente la piel y pensó si había escuchado bien o si era una frase de su sueño empezando. Fingió continuar al mismo ritmo de sus latidos.
-¿Qué cosa dijiste? -muy despacio.
-Que contigo me voy hasta la luna. Cuando quieras.
Durmieron.
Con el tiempo comprendieron que la luna estaba muy lejos y se quedaron por acá. De todos modos la cadena se había roto mucho tiempo atrás.
-Contigo me voy hasta la Luna -susurró ella y siguió en lo mismo.
No dejó de abrazarla para sentir el latido de su corazón sobre el suyo. Era el único movimiento: un bombeo al unísono. Pensó en la Luna sin sentirse tonto; por un instante quiso sentir sus pies hundiéndose sobre la arena lunar con ella de la mano. Un sobresalto de cabeza. Sintió nuevamente la piel y pensó si había escuchado bien o si era una frase de su sueño empezando. Fingió continuar al mismo ritmo de sus latidos.
-¿Qué cosa dijiste? -muy despacio.
-Que contigo me voy hasta la luna. Cuando quieras.
Durmieron.
Con el tiempo comprendieron que la luna estaba muy lejos y se quedaron por acá. De todos modos la cadena se había roto mucho tiempo atrás.
domingo, febrero 04, 2007
Ever been in Cape Town, bru?
Hace unos años estando en Chicago por viaje de trabajo descubrí una variante anglosajona en uno de los consultores con los que conversaba. Más con pinta de Cocodrilo Dundee que de consultor de negocios, uno de ellos llamaba la atención y no necesariamente por un sombrero de cacería. Aunque era muy callado, su acento inglés me sonaba rarísimo, casi germánico. Le pregunté de dónde era para sacarme la duda, esperando un "From Germany". Me respondió "From Sowth Ifricka". Asenté ladeando la cabeza con la oreja hacia él, los labios tensos y las cejas juntas.
Después me enteré que el inglés no era el idioma oficial de los blancos en Sudáfrica. La lengua oficial es el afrikáans (derivado del neerlandés) que fue sólo lengua oral hasta mediados del siglo XIX sin representación escrita ni formas literarias previas. En esa época el holandés era el idioma oficial.
Ayer me acordé de todo eso en el cine cuando veía la película Diamante de Sangre (Blood Diamond). Y es que el papel de Leonardo Di Caprio encendió ese recuerdo casi olvidado del Sowth Ifrickan que conocí en Chicago. Di Caprio encarna a un traficante de diamantes originario de Rhodesia (en sus propias palabras), hoy Zimbawe, anclado en Sierra Leona en búsqueda de una piedra rara.
No estoy seguro si se habla afrikáans en Zimbawe, pero Di Caprio tenía el reto de impostar un acento sudafricano para la película. Algo bastante difícil de lograr (recuerdo la excelente personificación de Brad Pitt en Snatch con acento de gitano irlandés incluido). ¡Vaya que lo tenía bien claro! Más ahora cuando la crítica no deja de burlarse de él. Di Caprio es un actor cumplidor, pero esta vez no convenció a la audiencia con su acento sudafricano. En su blog Cape Town Chronicles, una periodista sudafricana da su punto de vista al respecto.
Debo reconocer, sin embargo, que DiCaprio logró que yo gesticulara de la misma forma como lo hice en Chicago ante la respuesta inesperada del consultor.
What did ya say, bru?
Después me enteré que el inglés no era el idioma oficial de los blancos en Sudáfrica. La lengua oficial es el afrikáans (derivado del neerlandés) que fue sólo lengua oral hasta mediados del siglo XIX sin representación escrita ni formas literarias previas. En esa época el holandés era el idioma oficial.
Ayer me acordé de todo eso en el cine cuando veía la película Diamante de Sangre (Blood Diamond). Y es que el papel de Leonardo Di Caprio encendió ese recuerdo casi olvidado del Sowth Ifrickan que conocí en Chicago. Di Caprio encarna a un traficante de diamantes originario de Rhodesia (en sus propias palabras), hoy Zimbawe, anclado en Sierra Leona en búsqueda de una piedra rara.
No estoy seguro si se habla afrikáans en Zimbawe, pero Di Caprio tenía el reto de impostar un acento sudafricano para la película. Algo bastante difícil de lograr (recuerdo la excelente personificación de Brad Pitt en Snatch con acento de gitano irlandés incluido). ¡Vaya que lo tenía bien claro! Más ahora cuando la crítica no deja de burlarse de él. Di Caprio es un actor cumplidor, pero esta vez no convenció a la audiencia con su acento sudafricano. En su blog Cape Town Chronicles, una periodista sudafricana da su punto de vista al respecto.
Debo reconocer, sin embargo, que DiCaprio logró que yo gesticulara de la misma forma como lo hice en Chicago ante la respuesta inesperada del consultor.
What did ya say, bru?
sábado, febrero 03, 2007
Una experiencia de minimalismo gastronómico y servicio en su mínima expresión
La nouvelle cuisine es un intento -exitoso en muchos casos- de convertir una aventura gastronómica en una experiencia más completa que la que brindan las papilas gustativas. Implica una experiencia para el comensal en la que están o en todo caso deben estar involucrados los cincos sentidos, en especial el de la vista. De hecho, en la nouvelle cuisine la presentación y el aspecto visual de un plato son las armas de seducción principales.
En Lima hay muchos restaurantes de categoría y realmente las recomendaciones sobran. Lo difícil es elegir, pero claro no contamos con que Gastón sólo prueba un bocado, lanza un "hmmm" apretando los labios y se va a otro local. Los tamaños, cantidades y el servicio, al menos esta vez, no fueron para nada generosos.
Minimalismo aplicado a la cocina y los sentidos, pero nadie habló de servicio minimalista o mejor dicho, servicio reducido a la mínima expresión.
Soy de recomendar restaurantes porque me gusta comer bien. Ayer salí con dos amigos del trabajo en busca de un buen lugar donde clausurar merecidamente una semana trajinada. Queríamos descubrir alguno de esos nuevos restaurantes abiertos en los últimos meses. Barranco fue el distrito elegido, lamentablemente por recomendación mía.
Voy a ceñirme a la regla básica del enfoque culinario de Paul Bocuse y los hermanos Troisgros para analizar mi experiencia de ayer. Convocar a los cinco sentidos. Sin embargo, considerando que para mí la experiencia de un comensal no se circunscribe sólo al plato, extenderé mi opinión a todo lo que me convenció de no ir más a dicho restaurante.
Al gusto y el olfato
Siempre de la mano. El Pisco Sour estuvo más que respetable, los aromas de siempre: cítricos, uva Quebranta, amargo de angostura y el vidrio del vaso. Mis dos amigos celebraron igual con sus aperitivos. La tarde culinaria prometía. El piqueo -mal elegido por cierto- fue unas papas de poco aroma, tostadas untadas con una salsa de queso y especias interesante. Olores y sabores a tierra, pachamanca, queso, leche y hierbas florales.
Mi plato de fondo aparece en la carta muy seductor (momento brillante de quien la redactó considerando que la presentación de la primera página es huachafa y muy extensa): Mero no se qué con puré de camote y salsa picante de mango (está redacción es mía porque no recuerdo todos los detalles). Mi nariz y papilas gustativas estaban ya preparadas para esa fresca combinación de cítricos y dulces con los retronasales del picante. Pasados varios minutos de sonrisa y espera, el mozo me advierte torpemente que "el pure de camote no está en condiciones; puede escoger entre otras dos guarniciones: risotto o papas doradas". Cedí con el risotto y comenzaron las burlas de mis dos acompañantes, quienes confiaban en su buena elección. No sabían lo que se venía. Lo que me dejó el plato de fondo fue pobre, probablemente por la torpeza del mozo y también por mis expectativas cacheteadas. Olor a agua de mar, recuerdos a sal gruesa, mango acaramelado. El picante no lo recuerdo.
Mi postre fue un triple de brulées: uno de naranja con jengibre; otro de albahaca con pistachio; y el último de choclo. Fue lo mejor en sabores especialmente por el pistachio de gran presencia, la naranja y el aroma de pastel de choclo. Nunca sentí la hierba verde ni recuerdo cómo olía el restaurante. Al menos los mozos no emanaban humores extremos.
Al tacto (textura en labios y boca)
El Pisco Sour empezó y terminó bien. Espuma sobre los labios primero, dispersión helada de líquidos ácidos. Seco dentro de la boca.
De la entrada de tierra y papas, eso: papas con cáscara y algún granito de tierra (sutíl sí). Todos seguíamos riendo y remojando el pan blanco sobre el aceite de oliva combinado con el balsámico. Texturas de siempre. Mi plato de fondo lo devoré tratando de inventar volúmen de comida más que sentir texturas particulares. Sí recuerdo los granos del risotto como un arroz con leche bien amalgamado y el pescado deshacerse antes de masticarlo. Respetable. El problema eran más los centímetros cúbicos que quedarían libres en el estómago, especialmente para el gordito de la mesa. Casi lloró al ver su plato bien nouvelle cousine, le tembló el labio superior lateralmente y su estrabismo parecía de desmayo. "¡Jesús!, me cago en la leche asada", pensó. Era poco lo que pude hacer de ahí hasta el final.
A la vista
Lo más resaltante fue el blanco de los platos, blanco cuadrado, blanco de poco fondo. Blanco, blanquísimo. Si debo seguir en orden de prioridad: la cara del gordinflón al ver el blanco. Su papada se veía más blanca con el plato sobre la mesa, relucía lechosa y fofa, más todavía. Un rictus extraño, más de asco que de sorpresa, se apoderó de mi otro amigo. Sus fosas nasales se expandieron de una forma dragoniana, como de la cultura Chavín. El blanco reflejo sobre la mesa ayudaba a resaltar los gestos mientras yo miraba de reojo.
A estas alturas ya no recordaba nada bueno del Pisco Sour, menos del piqueo pachamanca sucio. Los primeros comentarios al ver la blancura de nuestros platos cuadrados fueron sobre el fondo de los mismos, esperanzados en la costumbre comensal de nuestra costa o chala que casi obliga servir bien servidito. Ingrata fue la sorpresa el sentir el fondo del plato, sentirlo justamente fue la decepción: nuestro gordito (una suerte de Obelix) pensó casi soñando que no lo encontraría y que el plato era de volúmenes eternos. Tembló la papada, más blanca que nunca a pesar de la barba de mosquetero.
Sobre la seducción de los platos per se sólo recuerdo la de mi postre. Tres brulées, tres degradés de colores: naranjas, verdes y cremas. Quizá pueda agregar los colores de la salsa picante de mango de mi plato de fondo, brillante y llamativa. C'est tout.
Recuerdo también el local. Minimalista por supuesto, como para programa de televisión de arquitectura y diseño de interiores con televidentes que tienen casa en Asia donde las empleadas pueden (ojo, pueden) bañarse en la playa después de las seis de la tarde. La marca de un conocido whisky adornando las cenefas de la barra y la espalda de los uniformes de los (asustados) mozos. Hay también unas especies de mufles o escapes de motor sobre la pared, justo detrás de donde estaba yo sentado. Una fusión etno-andino-automotriz digna para expander la experiencia visual del comensal. Las caras de mis amigos me decían todo.
En Lima hay muchos restaurantes de categoría y realmente las recomendaciones sobran. Lo difícil es elegir, pero claro no contamos con que Gastón sólo prueba un bocado, lanza un "hmmm" apretando los labios y se va a otro local. Los tamaños, cantidades y el servicio, al menos esta vez, no fueron para nada generosos.
Minimalismo aplicado a la cocina y los sentidos, pero nadie habló de servicio minimalista o mejor dicho, servicio reducido a la mínima expresión.
Soy de recomendar restaurantes porque me gusta comer bien. Ayer salí con dos amigos del trabajo en busca de un buen lugar donde clausurar merecidamente una semana trajinada. Queríamos descubrir alguno de esos nuevos restaurantes abiertos en los últimos meses. Barranco fue el distrito elegido, lamentablemente por recomendación mía.
Voy a ceñirme a la regla básica del enfoque culinario de Paul Bocuse y los hermanos Troisgros para analizar mi experiencia de ayer. Convocar a los cinco sentidos. Sin embargo, considerando que para mí la experiencia de un comensal no se circunscribe sólo al plato, extenderé mi opinión a todo lo que me convenció de no ir más a dicho restaurante.
Al gusto y el olfato
Siempre de la mano. El Pisco Sour estuvo más que respetable, los aromas de siempre: cítricos, uva Quebranta, amargo de angostura y el vidrio del vaso. Mis dos amigos celebraron igual con sus aperitivos. La tarde culinaria prometía. El piqueo -mal elegido por cierto- fue unas papas de poco aroma, tostadas untadas con una salsa de queso y especias interesante. Olores y sabores a tierra, pachamanca, queso, leche y hierbas florales.
Mi plato de fondo aparece en la carta muy seductor (momento brillante de quien la redactó considerando que la presentación de la primera página es huachafa y muy extensa): Mero no se qué con puré de camote y salsa picante de mango (está redacción es mía porque no recuerdo todos los detalles). Mi nariz y papilas gustativas estaban ya preparadas para esa fresca combinación de cítricos y dulces con los retronasales del picante. Pasados varios minutos de sonrisa y espera, el mozo me advierte torpemente que "el pure de camote no está en condiciones; puede escoger entre otras dos guarniciones: risotto o papas doradas". Cedí con el risotto y comenzaron las burlas de mis dos acompañantes, quienes confiaban en su buena elección. No sabían lo que se venía. Lo que me dejó el plato de fondo fue pobre, probablemente por la torpeza del mozo y también por mis expectativas cacheteadas. Olor a agua de mar, recuerdos a sal gruesa, mango acaramelado. El picante no lo recuerdo.
Mi postre fue un triple de brulées: uno de naranja con jengibre; otro de albahaca con pistachio; y el último de choclo. Fue lo mejor en sabores especialmente por el pistachio de gran presencia, la naranja y el aroma de pastel de choclo. Nunca sentí la hierba verde ni recuerdo cómo olía el restaurante. Al menos los mozos no emanaban humores extremos.
Al tacto (textura en labios y boca)
El Pisco Sour empezó y terminó bien. Espuma sobre los labios primero, dispersión helada de líquidos ácidos. Seco dentro de la boca.
De la entrada de tierra y papas, eso: papas con cáscara y algún granito de tierra (sutíl sí). Todos seguíamos riendo y remojando el pan blanco sobre el aceite de oliva combinado con el balsámico. Texturas de siempre. Mi plato de fondo lo devoré tratando de inventar volúmen de comida más que sentir texturas particulares. Sí recuerdo los granos del risotto como un arroz con leche bien amalgamado y el pescado deshacerse antes de masticarlo. Respetable. El problema eran más los centímetros cúbicos que quedarían libres en el estómago, especialmente para el gordito de la mesa. Casi lloró al ver su plato bien nouvelle cousine, le tembló el labio superior lateralmente y su estrabismo parecía de desmayo. "¡Jesús!, me cago en la leche asada", pensó. Era poco lo que pude hacer de ahí hasta el final.
A la vista
Lo más resaltante fue el blanco de los platos, blanco cuadrado, blanco de poco fondo. Blanco, blanquísimo. Si debo seguir en orden de prioridad: la cara del gordinflón al ver el blanco. Su papada se veía más blanca con el plato sobre la mesa, relucía lechosa y fofa, más todavía. Un rictus extraño, más de asco que de sorpresa, se apoderó de mi otro amigo. Sus fosas nasales se expandieron de una forma dragoniana, como de la cultura Chavín. El blanco reflejo sobre la mesa ayudaba a resaltar los gestos mientras yo miraba de reojo.
A estas alturas ya no recordaba nada bueno del Pisco Sour, menos del piqueo pachamanca sucio. Los primeros comentarios al ver la blancura de nuestros platos cuadrados fueron sobre el fondo de los mismos, esperanzados en la costumbre comensal de nuestra costa o chala que casi obliga servir bien servidito. Ingrata fue la sorpresa el sentir el fondo del plato, sentirlo justamente fue la decepción: nuestro gordito (una suerte de Obelix) pensó casi soñando que no lo encontraría y que el plato era de volúmenes eternos. Tembló la papada, más blanca que nunca a pesar de la barba de mosquetero.
Sobre la seducción de los platos per se sólo recuerdo la de mi postre. Tres brulées, tres degradés de colores: naranjas, verdes y cremas. Quizá pueda agregar los colores de la salsa picante de mango de mi plato de fondo, brillante y llamativa. C'est tout.
Recuerdo también el local. Minimalista por supuesto, como para programa de televisión de arquitectura y diseño de interiores con televidentes que tienen casa en Asia donde las empleadas pueden (ojo, pueden) bañarse en la playa después de las seis de la tarde. La marca de un conocido whisky adornando las cenefas de la barra y la espalda de los uniformes de los (asustados) mozos. Hay también unas especies de mufles o escapes de motor sobre la pared, justo detrás de donde estaba yo sentado. Una fusión etno-andino-automotriz digna para expander la experiencia visual del comensal. Las caras de mis amigos me decían todo.
Al oído (!?)
No pedimos carne a la brasa, así que poco puedo recordar del sonido de la comida. Aunque sí puedo mencionar que los brulées se quebraron tan armoniosamente como se quiebra la capa de chocolate de un Jet de D'Onofrio (Amélie Poulain no lo hubiese disfrutado en absoluto).
La música del lugar (si había) ni la recuerdo. Sí recuerdo la voz hacia adentro del mozo casi arrepintiéndose de la decisión que tomó para trabajar ahí y que a la larga lo llevó a cruzarse con nosotros. Tres muestras al respecto:
- "Acá la tiene", respondió entregando la cuenta que ya tenía lista tras su espalda en una reacción predictiva que según él le iba dar réditos en su propina. "Es que estamos cerrando", agregó el muy torpe. Lo que no sabía era que aún no habíamos terminado el café y que quisimos pedir la cuenta desde mucho antes, incluso antes de ver el plato de fondo. Se demoró.
- "Señor el vino que nos pidió se nos ha terminado", acercándose a mí luego de diez minutos de mi pedido sobre una extensa lista de vinos. Justo no quedaba el más barato. Sobre estrategias de up-selling creo que los de la mesa sabíamos más.
- "Señor Ron (sic), su cuenta", me dijo entregándome el voucher dentro del cuero negro. Además de un servicio malo y una comida pálida (no necesariamente por lo blanco de los platos), este tipo no sabía leer bien.
Si van nunca digan que los recomendé yo, menos al mozo de frases célebres. No creo que les convenga.
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En mi casa ya no hay fantasmas
Desaparecieron sin despedirse.
Espero que no haya sido porque ya puedo caminar en la oscuridad sin necesidad de silbar o porque el frío que siento en la nuca lo tomo como una broma repetida de su parte. Se fueron sintiéndose fantasmas, lo que no ocurría cuando eran parte de la casa.
Antes entendía el silencio como los pasos sospechosos de uno de ellos, a punto de dejar la estela helada sobre mi espalda. Ahora el silencio me concentra y acompaña. Probablemente nunca valoré su compañía (volteo hacia la ventana abierta detrás de mí y compruebo que no están) y ellos tampoco la mía, pero de alguna forma nos complementábamos: entonces los espacios a mi alrededor tenían alguna presencia, yo la sentía.
Ahora no es así. Ya no están y lo peor de todo es que parecen convencidos de no regresar.
A pesar de todo los extraño. Con miedo pero los extraño.
Espero que no haya sido porque ya puedo caminar en la oscuridad sin necesidad de silbar o porque el frío que siento en la nuca lo tomo como una broma repetida de su parte. Se fueron sintiéndose fantasmas, lo que no ocurría cuando eran parte de la casa.
Antes entendía el silencio como los pasos sospechosos de uno de ellos, a punto de dejar la estela helada sobre mi espalda. Ahora el silencio me concentra y acompaña. Probablemente nunca valoré su compañía (volteo hacia la ventana abierta detrás de mí y compruebo que no están) y ellos tampoco la mía, pero de alguna forma nos complementábamos: entonces los espacios a mi alrededor tenían alguna presencia, yo la sentía.
Ahora no es así. Ya no están y lo peor de todo es que parecen convencidos de no regresar.
A pesar de todo los extraño. Con miedo pero los extraño.
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