sábado, enero 20, 2007

Conversaciones (oliendo) en "Juanito"

Barranco
Ayer decidí levantar mi veto de años a Barranco. Motivado por la esperanza de encontrarme con alguien en especial, le pedí a un amigo que me acompañara a la bodega bar Juanito y si quedaban ganas a la discoteca Dragón, que dicho sea de paso yo no conocía.

"Al Juanito se viene los martes y miércoles", me aclaró un primo que encontramos en la puerta de entrada.

Yo no estaba enterado ni de los mejores días para ir a comer un asado y tomar una cerveza a Juanito, ni que en Barranco aún se podía respirar el espíritu de una taverna amable, con identidad, libre -más que muchos lounge bar restaurants miraflorinos- y llena de gente dispuesta a ser y estar en un lugar como son y están frente a sus espejos. Como le dije a mi amigo "he desperdiciado la calidez de este lugar por años", estos son los lugares que te llevan al contacto con la vida y de donde uno obtiene no sólo información de las personas, paredes, anaqueles, posters, sino también sabiduría. Sabiduría de calle, de esquina, de vida.

Soy muy sensible identificando olores, disfrutándolos y rechazándolos. Ayer en Juanito no me enfrenté a ninguna de esas dos alternativas: simplemente olí y asocié. Mientras olía iba completando la escena del bar, como si estuviese describiendo de manera onmisciente -y simultánea- mi propio guión. En El perfume de Patrick Süskind el sentido del olfato lleva de manera casi involuntaria a Jean-Baptiste Grenouille a cometer su primer crimen en un torpe intento por capturar el olor exquisito de una joven. La noche de ayer en cambio mi sentido del olfato fue el instrumento voluntario para completar la escena: una mezcla de cebolla con jamón, sudor con cerveza, madera húmeda con acido úrico, humor corporal con aire cargado.

Los tres tuvimos una conversación en la que fui más oyente que partícipe -mi primo habló el setenta porciento del tiempo porque es su esencia y porque lo dejamos. Creo que fue una noche con conclusiones relevantes, no necesariamente por los temas que hablamos, más bien por la satisfacción de haberme reencontrado con la realidad, con un bar donde la esencia es la gente -y no sus apariencias-, con olores que dejé atrás en los noventas y con aquellos posters promocionales empapelando las paredes. De hecho la experiencia sensorial circundante fue la que me distrajo por momentos -muchos- de la conversación.

Hablamos de la civilización actual y su eminente decadencia; de la pena de muerte y Saddam Hussein; de los sistemas educativos ideales (quiero confirmar si en los colegios de Uruguay sólo se estudia cuatro horas al día); de la libertad gramatical en la literatura; de Marco Aurelio Denegri y su erudicción sobre los gallos de pelea; de la diferencia entre tratado y ensayo (no me quedó clara por cierto); de Rousseau -mi primo se declaró rousseauiano (sic), pero aún no entiendo por qué-; de la diferencia entre información y conocimiento; de la gestión de recursos humanos y la selección de personal; de horas-nalga (métrica por la que mi primo dice que le pagan en su oficina); del desarrollo y formación de la personalidad de los individuos; de relaciones padre divorciado-hija. En general fuimos libres de hablar y escuchar sobre lo que nos provocaba en el momento. Algo que extrañaba desde hace mucho tiempo.

No se si hasta ayer fui injusto con Barranco porque aún creo que le falta mucho por mejorar y convertirse en lo que alguna vez fue, pero sí puedo asegurar que descubrí un lugar al que iré a intentar recuperar todo el tiempo que perdí. Por lo menos los martes y miércoles.

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